Tarde de domingo tedioso y una mesa de mármol blanco en el “Café de Belén”. Mi imagen oscurecida y empequeñecida por la esfera negra se muestra distinta, bonita. Porque lo que de verdad me enganchó fue la imagen de mi misma en los ojos de Alfredo, como un latigazo de narcisismo irreconocible. Para mí el tiempo se ha detenido, para él simplemente parece haberse ralentizado un poco, atrapado por esta nueva curiosidad hacia otro ser humano. Después, la risa en la boca masculina, y la pérdida de la visión de espejo al cerrar él los ojos. Desperté confundida, como si acabase de salir de un trance hipnótico. Miré a mi alrededor intentando encontrar una excusa creíble para justificar ese repentino ensimismamiento, pero él parece no querer ninguna explicación, al contrario. Tardo un momento en notar que me ha cogido la mano y, todavía sonriendo, me dice vayámonos de aquí, Elvira. Estela, le corrijo. Pues eso Estela, vayámonos de aquí.